Almas perdidas

Desechos con forma humana, viviendo de los restos. Con cara de escorbuto. Sin cuerpo. Sin nada en el fondo. Vacíos, imperfectos. Caminantes faltos de aliento. Ausentes. Carentes de luz propia. En una habitación vacía, no notarías su energía. Arrepentidos, adictos, conscientes de su sino, ignorantes de su castigo. Nunca han amado, porque no saben amarse a sí mismos. Nunca han sufrido, porque el dolor es un alambre de espino que aprieta su alma cada vez más. Sin dejarla escapar. Mientras ruega sumisa que le den un respiro.

Acostumbrado a que lloren por él, pero él, no derramaría una lágrima por nadie. Qué cobarde, caníbal que se come a sí mismo. Se mordisquea el brazo en un rincón a espaldas del mundo. El mundo… también un maldito ignorante. ¿Qué tipo de dios tolera esta penitencia autocrática? Uno que no existe. Me encanta responderme a mí mismo.

¿Qué tipo de sociedad reniega de su humanidad, y mira para otro lado cuando se cruzan con uno de ellos? Una sociedad hipócrita, opaca. Criados con la ley del más fuerte. En una carrera absurda por un premio emotivo. La satisfacción personal de ser mejor que alguien. Y ese alguien, por supuesto, es inferior a ti. Y los que vienen detrás pisotean a los débiles que cayeron antes. Por lo que generaciones enteras despreciarán a las víctimas de un sistema defectuoso.

A lo mejor es que estoy cansado de oír sirenas que se funden en la misma frecuencia sonora con martillos percutores contra el asfalto, y los comentarios de lameculos en el metro. Es posible que este mundo se haya ido de verdad a la mierda y lo único que te quede para evadirte de la realidad sea el jaco más barato de Valdemingómez. Un pico y morir del subidón. Reptar hasta un parque y tirarte en un banco. Perfeccionando el escaparate del humano, que pasa por delante y gira la cabeza, orgulloso de haber aprendido la lección antes que ese puto yonki que lucha por no ahogarse en su propio vómito mientras duerme puesto de heroína.

Ojalá fuera una golondrina para cagarme en la cabeza de esos jodidos humanos inmorales. Ellos no te van a ayudar. No van a ayudarse ni a sí mismos. No ayudarían ni a su padre. Apuesto a que si le viera colgando de una cornisa a punto de caer y mancharlo todo como si tirase un huevo, le pediría que soltara una mano para primero prestarle algo de pasta para un buen viaje, que sacie su mono. Lo harían seguro.

Pero digo yo. ¿No somos peores por despreciarles? ¿Es esto una guerra de enfermos contra sanos? ¿No es un mandamiento de la religión cristiana que domina este país, ayudar al prójimo? ¿Somos piedras? Sin nada por lo que luchar eres como una planta, dice El niñoh maldito. Díganme. ¿Qué me hace ser mejor que un yonki, si lo único que nos diferencia es nuestro olor y nuestra forma de apreciar la vida? Yo también consumo drogas como muchísima gente. Hay gente adicta a los ansiolíticos, a los calmantes, a la coca cola. Joder… hay adictos a comer caca de perro.

Insulsos humanos moralmente «normales». Se creen herederos de una divinidad platónica. Se creen los dueños de la realidad utópica en la que viven. Se creen poseedores de derechos. Y lo único que les diferencia del resto de humanos es su olor. Nos han soltado del cielo sin mirar dónde caemos. Hay algunos que tienen suerte de que una cigüeña les coja al vuelo. Otros caen en el desierto, su destino será morir de inanición. O en una zanja llena de cuerpos débiles que intentan salir pisándole el cuello y rompiéndole la cabeza al que aplastan, para ganarse la oportunidad de vivir, de cualquier manera, pero vivir.

Inferiores. Me transmiten calma porque son inofensivos. Solo tienen fuerza para llenar sus pulmones de aire, para las sístoles y diástoles del corazón. Acciones naturales del cuerpo. Politoxicómanos como yo. Pero yo soy más listo. Aunque si lo piensan, ustedes tampoco darían una mierda por mí. La perpetua calma del conformista silencia su boca. Es capaz de pasar caminando junto a una persona tirada en el suelo, tal vez agonizante, e ignorar su presencia, su estado vital. ¿Es eso moralmente humano? Los mismos que sienten pena cuando ven en los informativos que en Somalia aún no se respetan los derechos humanos.

Y mientras tanto, las aceras se llenan de cuerpos rotos, de almas desgarradas que nadie quiere ver. Somos los hijos bastardos de una sociedad que prefiere fingir que no existimos. Nos convertimos en fantasmas urbanos, en las sombras que la gente evita al caminar. Nos alimentamos de las sobras de su conciencia, de las migajas de su moral corrompida. Dicen que la compasión es una virtud, pero la virtud es un lujo que solo pueden permitirse los que tienen el estómago lleno y la conciencia vacía.

¿Saben qué es lo más gracioso? Que todos estamos a un mal día de convertirnos en lo que despreciamos. Un despido, una muerte, una mala decisión… el abismo está más cerca de lo que creen. Pero siguen caminando con la nariz alzada, como si sus zapatos brillantes les protegieran de hundirse en el mismo barro que nosotros. La única diferencia es que ellos todavía pueden permitirse el lujo de la negación, mientras nosotros nos ahogamos en la verdad más cruda de todas: que en el fondo, todos somos la misma mierda, solo que algunos tienen mejor envoltorio.

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