
Buenos días, buenas pollas te comías. Bonita manera de exprimir la esencia de una palabra tan optimista. Después de mirar el reloj a las siete de la mañana entrando por la puerta del trabajo, la punta de la lengua saliva sin parar lubricando los disparos de un cumplido que durará hasta que pierda el sentido a la hora de comer. Entonces dirás buenas tardes. Tengo otro concepto del tiempo, tal vez por el hecho de trabajar de noche, aunque para mí el tiempo dejó de ser una carrera de horas minutos y segundos, y empezó a ser una actuación circense de lanzamiento de hachas cuchillos y flechas. El despertador suena a las cinco de la tarde y a la primera persona con la que tengo encuentro le digo buenos días. Lo hago sin querer. Pero tiene gracia, porque suelo decírselo al primer cliente que entra en el pub y el me responde con <<Un Bacardi Cola!!>> La sensación se pierde cuando tu café con tostadas se convierte en whisky y hielo. La gente que te rodea desprende un aura de relajación y sosiego. Nada de estrés de oficina, ni ejércitos de clips encorbatados. El espíritu ablanda los carrillos para que me enseñes tu mejor sonrisa, hace que pongas tu móvil en silencio y me pidas una cerveza. La mejor propina que puedo recibir es la desinhibida conversación de un cliente al que le acaban de quitar los grilletes en la puerta del trabajo. Un preso de permiso al que de lo último que le apetece hablar es de la mierda que le llega al cuello. Supongo que liberamos toda nuestra energía negativa cuando el mundo que nos rodea exprime el pus de un corazón enfermo. Sale disparado ensuciando los trajes de los demás oficinistas en el metro. La energía positiva es diferente. Hace que el alma se desvanezca liberada, mezclándose con las buenas vibraciones del lugar.
Cambia tu oficina por la barra de un bar y percibirás estas sensaciones.
