Con los pies sobre la cabeza. La mandíbula y las cuerdas bocales en huelga. No quieren hablar. Solo quieren más y más guerra. Los ojos como platos y los platos manchados de coca en el salón. Da pena volver a la normalidad. Me gustaba más el país de las maravillas. Caminando sin rumbo hasta que el subconsciente, medio borracho, te lleva a casa como un buen colega. Carcajeando, aún bajo los efectos de cualquier cosa que hubiera tomado. Relamo el paladar barnizado de químicos, reluciente. Un deportivo preparado para cualquier viaje, a cualquier velocidad, en cualquier terreno. El problema es el medio cerebro que maneja el volante. Aunque el verdadero problema es que la droga se ha encarecido bastante, y cada vez se echa más a perder con mezclas estrambóticas de cocinerillos aficionados. Una pena. Que jueguen con mi salud depende de mí. Pero con mi colocón no se juega. Quien paga un alto precio quiere el lujo a cambio. Quiero un pedo de diez horas, al que luego le seguirán dos días de resaca y la pérdida de medio cerebro, con el otro medio volveré a casa, pero quiero que la mierda con la que enveneno mi cuerpo sea de buena calidad. No soy un yonki de las altas cumbres pero distingo lo bueno. Si me puedo permitir hacerlo lo hago. Imagino una vida diferente a esta y me resulta insípida. No sé qué le ves de divertido a inflarte de porquerías y bailar durante veinte horas delante de un altavoz pensaras. Es la leche de divertido. Yo no critico la forma de divertirse de nadie gilipollas. Sé que algún día explotaré. Pero prefiero eso a una eternidad intentando evitar la muerte. Eso sí que no es divertido. Ya me jode tener que follar con preservativo después de tres generaciones de hongos y dos infecciones de orina. Menos mal que no le pido a nadie que lea esto. Si no, me avergonzaría de lo que digo.
Mientras me repongo de otra deliciosa jornada de cuarenta y ocho horas, no puedo hacer mucho más que esto. Estoy cansado hasta para cambiar de postura, ir a mear es un suplicio y lo mejor de todo, no puedo dormir. Solo fumar y sentirme observado por los cuadros de mi casa. Darle vueltas a las cosas millones de veces. Intentar cerrar los ojos durante diez minutos. La mejor forma de parar la resaca es volver a drogarte, volver a subirte al tren. El antídoto, el antibiótico. Volver a salir de casa con prisa por llegar a cualquier parte donde puedas encontrarte alguien conocido al que convencer de que te siga en tu aventura. Y así, un día si, y otro también. Menos mal que es fácil. A la mayoría de la gente, en cuanto les enseñas la droga en el momento oportuno, no te van a negar una invitación, un disparo rápido para equilibrar el ánimo.
Volvía como siempre a duras penas, intentando contener mi cara de expresiones locas a causa de los subidones. Con un pedo magnifico. Había cerrado uno de los after más clandestinos de Madrid por la puta policía. La música era increíble, embriagadora. Estaba sorprendido de que las chicas se divirtieran con mi conversación, a pesar de decirles que estaba bastante jodido. Decían que no se me notaba. Levantaba la barbilla en medio de la pista metiéndome el cristal picado por la nariz con la punta de una pajita. Un frenesí de recuerdos que nunca viví me vinieron a la mente. Consumiendo en medio de la fiesta como una estrella del rock. Nada de salas privadas. De pronto la sala se llenó de luces de linternas enfocando las caras de los vampiros que frecuentábamos aquella cueva. Pistolas, placas de policía, botas altas y negras. Tiré la droga en cuanto tuve oportunidad y me puse bien a la vista. Dando la apariencia de un indefenso borracho aturdido por los destellos. Nos mandaron levantar las manos y ponernos contra la pared. Con la habitual actitud y los correctos modales dignos de Harry el Sucio, recomendado en todos los manuales del buen policía, nos cachearon uno a uno a todos los clientes, nos quitaron la documentación y nos mandaron fuera. Preciosa mañana de un día sin fin. Esperé con los demás zombies a que me devolvieran la documentación y anduve hasta la avenida más cercana a coger un taxi. Reflexionaba intentando paliar la ansiedad de estar encerrado en un ataúd con ruedas. Me veo sometido a esta situación cada vez que acabo en un after de Madrid. No entiendo. Bueno si lo entiendo. Es otra manera más de llenarse los bolsillos con los consumidores de fiesta. La mayoría de personas que llegan a este tipo de garitos es porque tienen una cantidad de químicos fluyendo por su cerebro que son incapaces de pensar en irse a la cama. Aprovecharse de una mente endeble, para mí, es un gran acto inmoral. Cubren todos los francos de la estafa social. Puedes abrir un garito de seis a doce de la mañana, pagando los debidos permisos y solicitando las licencias, pero por supuesto, van a succionar hasta la última gota de todo aquel que entre en el local. Por las buenas y por las malas. Lo quieras o no. Como siempre en este país. Los perros del estado tienen que intervenir para hacer el trabajo de campo. Los peces gordos se encargan de que la burocracia se dificulte para hacerlo más incómodo y costoso.
Con los pies sobre la cabeza, un pedo del quince y mi rabia contenida apretando la mandíbula cruce la puerta de mi casa. Mareado por los meneos de este barco con la tripulación ebria. Cogí una rubia de la nevera y me lié un canuto de proporciones titánicas. Solo me quedaba un día entero de resaca. Me senté a verlo pasar mientras fumaba.
