En cada rincón en el cual reprimí emociones quedó una mancha húmeda, aún viva. Gritando y tiritando. Rogando que vuelva pronto a terminar lo que alguna vez empecé. Yo, soberbio, no miro atrás porque mi moralidad no me lo permite. Sea lo que sea. Una derrota o un triunfo que olvido y busco el siguiente desafío, para después, conservar solo lo que evoluciona en mí. Enfrentarme a la siguiente montaña solo con el peso justo.
Desarmo así el alma y su caparazón. Me quedo únicamente con mi ego y estrategias de ataque improvisadas sobre la marcha. El autodidactismo de la vida es el que mantiene la cabeza fuera del agua. Me mantengo a salvo por instinto, no por escuela. Mirando cada dos por tres al vacío. Preparando el momento para saltar y darme por vencido. Luego escalar sin cuerda y retomar la guerra de la misma forma que antaño. Cada vez que subo afilo mis dientes para cualquier hijo de puta que me espere arriba, o me caliento las manos para el abrazo de bienvenida.
Pero nunca, nunca, nunca morir en el rincón dejando mi cuerpo putrefacto a merced de la humedad, nunca abandonar el desafío, nunca darme por vencido. Hoy es el primer día del resto de mi vida, como aquel que dice. Buenos días mundo puto. Voy a por ti.
