Estoy nervioso. Siento tanta presión que las venas parecen no dar más de si. Me pitan los oidos, como en una habitación insonorizada en la que puedes escuchar el latir de tu corazón. Pierdo la noción del tiempo, la conciencia de mis actos, la razón de mis argumentos. Me quedo callado mirando un punto fijo atento a ver como cambia tras cada segundo. Es un aburrimiento si, pero es lo mio. Concentrado en mis pensamientos como si se fuera a desencadenar el peor de los peligros.
A mi cabeza llegan recuerdos todo el tiempo. Fantasmas del pasado que no se van y viven proyectados en mi mente con hologramas. Es como si quisiera vivir en otro instante, repetirlo de nuevo, igual que esa vez. Y no para de suceder. Siento culpa, quizás esa sea la causa de la presión en mis venas. La culpa que se pega a mi espalda y provoca dolores de cuello.
No quiero dibagar con este tipo de mierdas, intenta ser positivo, me digo. Pero es mentira, no me creo ninguna de mis palabras. Y aquí estamos, en este laberinto de pasillos y cables. Creo que así sería mi infierno. Un mar de cables y yo nadando, respirando humo contaminado si saco la cabeza para tomar un bocanada de oxígeno. Salas enteras llenas de cables que no llegan a ninguna parte y pelusas gigantes.

Puedo pasarme la vida escondido o comenzar a construir puentes, escaleras, railes. Según mis profecías solo me quedan 6 años de vida y aún no tengo hijos ni trabajos serios. ¿La razón? Yo creo firmemente que me he vuelto loco. Pero intento que no se me note cuando estoy en público. Esto es como el doping en el ciclismo pero la droga te la receta tu médico. Tengo que volver a aprender a estar en público, como un niño pequeño.
