Ojo avizor detrás de alambre de espino, esperando a que me devuelvan la aurora. Lo que es mío pero se llevaron sin permiso con premisas desprovistas de entrega. Viendo cómo los demás se regalan a la juerga, el vicio… quién pudiera. Yo quiero ser como ellos, o al menos tenerlos cerca para que me ilumine su despreocupación. Es como buscar compasión antes del impacto. Antes de empezar esa pelea ya te habías quedado sin dientes.

De pequeño vi a mi padre esquivar a la muerte varias veces. Me decía: -En el mundo no hay ni dioses ni héroes, los únicos dioses que hay aquí somos yo y tu madre-. Por eso nunca dije que fuera ateo y delante los jueces siempre juré por mi madre. Los héroes los ponía el barrio; el que salía de la carcel, el que moría por la droga, el que escapaba de la órden de arresto. Colmados de oro y sangre, fueron mis héroes pero ya están todos muertos. Una subcultura de pasión por cristo y música electrónica. Jóvenes exagües, golpes de calor que mataban discotecas, cataratas de humo por gasolina sin plomo y ruedas quemadas. De pequeño vi a mis vecinos del bajo abandonar su casa con prisa. Al día siguiente la polícia interrogó a todo el edificio. Siempre creí que eran «normales». Según mi padre plantaban hierva en el patio. Mi padre también, pero él lo hacía en la terraza.

Es como mirar al pasado por un agujero en la puerta con los ojos de un erudito. Pensabas que todo aquello era benigno, que hacían lo correcto, que simplemente vivían como cualquiera. Ahora lo observo como una catástrofe que pudo haberse evitado. Podría haber sido mejor persona de no haber crecido donde crecí. Errores fueron cometidos.