Hola, la realidad se ha congelado y he dejado de oír pasos en el techo. Mi conciencia murió y con ella todos los problemas. Me veo en un retroceso absurdo en el que todo era igual que antes y el antes se repite una y otra vez. Despierto en la mañana helada buscando sus manos y al momento me doy cuenta de la congelada realidad en la que estoy. Parece que cualquier momento es perfecto para ahogar los recuerdos. La ceniza de mil cigarros enterrando la espera, pensamiento sobre pensamiento. Las capas, a veces de tristeza y otras de impaciencia, forman el tejido agreste para que nada salga al exterior y de la sensación de seguir sobre la tierra. Confundo ambos espacios todo el tiempo, perdiéndome en la palma de mi mano sin mapas. Qué desconsuelo perderse a uno mismo mientras estaba intentando encontrarme. Será que los caminos nos se cruzan sin razón y estaba todo calculado.
Fijé mis ojos en el horizonte y tiré palante. Sin mirar dónde tropezaba, sin gastar un segundo en mirar mis pasos. Al final coges velocidad y te estrellas por la propia inercia de los cuerpos cuando se atraen. Mi cabeza acaba pensando en ti por naturaleza y acaba gastando el tiempo con la nostalgia de tus susurros en mi oreja, mis caderas pegadas a las tuyas y el calor de una habitación en llamas. Me pierdo reencarnado momentos que guardo en bucle y en todos esos deseos que pedimos juntos cada vez que se caía una pestaña. Deseo que este amor nunca acabe. Deseo que esté por siempre a mi lado. Deseo un futuro con ella. A veces deseo tan fuerte que se me pegan los párpados y quedo encerrado en mis propios sueños. A veces esa es la única manera de calentarme en esta nueva realidad de frío silencio.
