Ayer me dijo: es esa macabra y enfermiza sensación de dependencia la que me hace estar pegada a ti todo el tiempo. Es tu olor, tu sabor, tu presencia, una quimera de mi imaginación. Es la maravillosa realidad que se dibuja cuando inventamos nuestro futuro juntos. Es la capacidad que tienes para llenarme de energía cuando hacemos el amor y el efecto contrario cuando abandonas mi cama. Es la palabra que sale de tu boca antes de un “te quiero” la que me hace temblar las piernas y sin la que no puedo vivir. Es adicción pura a tus besos, a tu mirada perdida en mi ojos, al momento previo en el que apareces por esa puerta y sé que eres para mí hasta que te marches.
Yo le dije: todos los días le haces el amor al desamor. A este cuerpo ajado por la vida, que se encoge cada vez que le tocas. Como si el dolor se colara por sus poros y te atrapara en su espiral de melancolía. Pero tú no te detienes. Sigues adelante, buscando en mis ojos vacíos la chispa que alguna vez encendió tu pasión. Es como caminar sobre brasas, sabiendo que te quemarás, pero sintiendo que no hay otra opción. Es un juego peligroso, una danza entre la cordura y la locura, donde cada movimiento te arrastra más hacia el abismo. Te aferras a los recuerdos como si fueran la única tabla de salvación en medio de la tormenta. Revives cada instante compartido, cada caricia, cada palabra susurrada al oído en la penumbra de la noche. Pero el pasado es un fantasma que se desvanece entre tus dedos, dejándote con las manos vacías y el corazón hecho pedazos.
Intentas llenar el vacío con otras personas, con otras experiencias, pero siempre vuelves al mismo lugar, conmigo. A este rincón oscuro donde el desamor te espera con los brazos abiertos. Te sumerges en sus aguas turbias, buscando una razón para seguir adelante, pero solo encuentras más dolor y desesperación. Y así, día tras día, te enfrentas al desamor como si fuera tu destino inevitable. Como si no hubiera otra opción más que sucumbir a su influencia. Pero en lo más profundo de tu ser, sabes que hay una luz que brilla en la oscuridad. Una esperanza que se niega a morir, a pesar de todo. Y aunque te cueste creerlo, un día encontrarás el amor verdadero, ese que te haga olvidar todas las penas y te haga sentir completa otra vez.
Ella me dijo: es tu forma de ver las cosas. Simplemente me dejo llevar, aunque me deje la vida en ello. Aunque nuestro encuentro sea más un accidente fortuito que un momento de sosiego. Me vuelves loca y no encuentro esa motivación en ninguna otra persona, porque el resto de personas demuestran estar vacías y parecen vivir una penitencia en vez de una aventura.
A lo que yo le dije: ¿entonces es solo eso? Una aventura que nadie te permite vivir, solo yo. No eres capaz de resolver el origen de tu desdicha, sin embargo asumes haber descubierto la fortuna en mí. Me alaga saber que significo tanto para alguien a quien solo conozco entre las sábanas y que me abre su corazón y sus piernas a cambio de mi forma de revolucionar tu mente.
Ella dijo: no solo revolucionas mi mente y conviertes el momento que pasamos juntos en una aventura inolvidable. Me sacas completamente de mi mundo para llevarme al tuyo, y sucede que no quiero salir. Sucede que se para el tiempo cuando estamos tú y yo, no es solo lo que sucede en la cama, creo que es algo más. Creo que me estoy enamorando de ti.
Yo le dije: ¿Qué probabilidad existe de que tú y yo tengamos algo más que un polvo por semana mientras tu marido está trabajando y tus hijos en el colegio? La naturaleza de lo que deseas es inviable. No hay trato porque yo salgo perdiendo.
Ella contestó: ¿que tú sales perdiendo? Si yo me escapo contigo perderé a mi a mis hijos, perderé el mundo que construí con mi marido, mi familia me verá como una zorra mentirosa y todo el mundo pensará que solo soy un coño que busca entretenimiento.
A lo que yo respondí: yo salgo perdiendo porque habré apostado por ti todo lo que tengo a una sola carta. Mi corazón, que solo guardo para mí, mis pensamientos, que solo guardo para mí. Y pensar que una mujer con la vida hecha abandonará todo lo que tiene por mí sería como dispararme en el pié esperando que hay otro pié que puedo sustituir. Es una forma absurda de esperanza, no tiene sentido. Salgo perdiendo porque habré confiado en algo que solo es posible en una realidad onírica. No me importa que te diviertas a escondidas de tu matrimonio con otros hombres, pero no puedo confiar en alguien que ya está traicionando todo lo que tiene y que asegura prometerme un futuro a su lado. Mientras estás describiendo lo que sientes por mí, todo lo demás se desvanece y me hace pensar que esto mismo se lo puedes haber dicho a cualquier otro tío con el que le pones los cuernos a tu marido. Por eso no confío, porque quién sabe si me harías a mi lo mismo. Estoy bien como estoy y me lo paso bien contigo a pesar de las limitaciones que aparecen para ocultar nuestros encuentros. Pero creo que el paso que quieres dar no me beneficia y no estoy conforme con el trato. Por mucho que me entregues tu corazón como dices, no creo que estés enamorada de mí. Solo tenemos conexión, nada más. Y yo que tú no jugaría con el futuro de tus hijos, piensa que puedes destrozarles la vida desapareciendo con otro hombre.
De pronto ella se quedó en silencio y el frío inundó la habitación. Se levantó de la cama ocultando su cuerpo desnudo con las sábanas arrugadas, dio dos pasos hacia la puerta y puso la mano sobre el pomo y agachó la cabeza cubriendo con su largo pelo cualquier intento por revelar un gesto de su cara. En ese momento nadie podía pensar qué estaba pasando por su mente. Se giró hacia mí, abrió la puerta y esbozó un movimiento sutil invitándome a salir de la habitación, y en consecuencia, de su casa. Me incorporé y me vestí lo más rápido que pude mientras su impaciencia escribía el fin de nuestra historia. Me aproximé a la puerta y hice una breve parada a su lado, aparté el pelo que le tapaba la cara y le di un beso en la mejilla. Un beso que ella no quiso encajar y esquivó girando apenas unos centímetros el cuello. Me marché de su casa y en la calle me quedé mirando fijamente su ventana, ella estaba ahí, tras las cortinas.
