Se quebró en dos el silencio sin hacer ruido. Fue un suspiro, después de que el alma escapara del llanto, después de que el viento dejase de empujar mi barco mar a dentro. Fueron castigados, lamentos callados al momento, y miradas al espejo por el desconcierto, piezas rotas de un corazón sin repuestos esparcidas por el pavimento.
Perdieron el juicio los reflejos en escaparates contrapuestos, condenados a mirar al vacío como maniquíes descompuestos, esperando la próxima temporada tras un año perverso sin acierto.
Le reclamé un amor sin impedimentos, un futuro más concreto y conocer todos sus secretos. A cambio le ofrecí todos los versos que le prometí al universo y enviarle una carta desde cada puerto.
Susurró en mi oído:
– Somos lo que callamos, lo que demostramos en silencio, y tú hablas demasiado. A veces ni atención te presto.
Injusto pero cierto. En ocasiones hablo demasiado y sin contexto, solo para seguir en movimiento y darle algún sentido a este entuerto, eso de amarte en la distancia y buscarte en el desierto mientras deserto.
Desde el quicio de la puerta, me dijo:
– Necesito echarte de menos.
Cerró de un portazo y me puse a cubierto. Lo siguiente fue una tormenta de tormentos y desconcierto. Al momento, tristes notas de piano con demasiado pedal al terminar el concierto. El final abierto de un drama que empieza cada vez que despierto. Un recuerdo de amor inexperto haciéndose el muerto, zalamero y mamerto.
